En una céntrica calle peatonal, un gran círculo de personas se aglomeran entorno a otro círculo central. En medio un chico joven, vestido con un viejo chaqué que ya le queda pequeño, un sombrero de copa oculta unas rastas que asoman por debajo, lejos queda su país del que decidió salir en busca de aventura y de conocer mundo. Armado con dos antorchas prendidas, comienza a agitarlas al aire, ya es perro viejo y sabe como atraer a más público. Actúa, aplaude el público, se han quedado ensimismados, los veinte minutos que duró les ha parecido como si solo fuese uno. Saca el sombrero, y con una sonrisa, agradece lo que le dan.
Ya esta solo. Hoy no ha sido buen día, apenas tiene 30 euros y mañana debe continuar el viaje. La próxima vez tendrá que intentar hacerlo mejor. Come algo, duerme en un albergue y a la mañana siguiente continúa hacia donde le lleve el viento. Sin planes, sin ataduras. Aveces su vida es muy dura, hecha de menos a su gente, se siente solo, pero también se siente libre, se siente feliz, tiene sentido seguir caminando.
Salió de su casa hace ya dos años siendo pobre, simplemente se le daba bien hacer reír. Ahora vuelve sin nada de dinero, pero con una sonrisa de oreja a oreja, es rico. Lo que ha vivido, lo que ha aprendido, lo que le ha aportado el camino es indescriptible. Cuando hecha la vista atrás se da cuenta de que el llegar al fin del camino no es lo importante, lo importante ha sido caminar.
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